¿Y si liberamos a Xavier Nogués aunque sea momentáneamente de la posición en la que le han situado sus intérpretes más relevantes? No para impugnar al por mayor sus aportaciones, sino para hacernos preguntas desde nuestra contemporaneidad que los autores precedentes no se hicieron, porque no podían o porque no querían. Y esto con un primer objetivo: comprobar si la obra —subrayo lo de la obra— de Nogués toma caminos distintos de aquellos por donde solemos situarla en la historia del arte catalán del siglo XX. Se trata de aplicar sobre la trayectoria de Nogués una mirada virginal o, al menos, lo menos contaminada posible por las lecturas o los tópicos con los que nos ha llegado a los inicios de la segunda década del siglo XXI.
¿Trabajo arriesgado? No lo creo. Se trata de mantener la mirada abierta sobre todos los trabajos del artista y corroborar (o no, claro) una sensación: que nos hemos perdido matices de un Nogués que ha sido de algún modo encapsulado y, en consecuencia, quién sabe si empobrecido. Uno de los primeros registros que abordaré de inmediato es su adscripción al noucentisme, que ha sido en mi opinión una de las cargas de profundidad que han impedido una lectura fresca de la mayoría de trabajos del artista. ¿No fue un artista noucentista? Creo que la respuesta a esta pregunta es primordial. Y esta respuesta, hoy, no puede provenir de lo que decían Feliu Elias, Francesc Pujols, Rafael Benet, sus primeros críticos, hace tantos años, o todos los que con posterioridad han querido apropiársele a una causa, la noucentista , tan imprecisa en el plano artístico y tan contaminada en el plano ideológico.
Joan Maria Minguet Batllori