FRANCISCO DE GOYA (1746-1828)
Estampa número 65 de la serie Los Caprichos, 1799.
12ª edición, 1937, Calcografía Nacional.
Aguafuerte y aguatinta sobre papel Japón con sello Ministerio Instrucción Pública.
Numerado en el reverso “11”.
Buen estado de conservación. Plenos márgenes.
En los grabados dedicados a la brujería de la serie de Los Caprichos, Goya dio vida a un universos en el que terror y sátira se daban de la mano. En efecto, en estas estampas la atmósfera oscurantista que rodeaba el mundo de las brujas es retratado de forma monstruosa y feísta, pero en la exageración grotesca de estas representaciones aflora también el humor y con él, la crítica de la brujería.
Este descrédito por la vía de la sátira resultaba más eficaz que la estrategia empleada por la Santa Inquisición. La iglesia bajo el pretexto de querer combatir la hechicería por medio de la hostigación y la violencia terminaba por acreditarla como un peligro real. Si las brujas eran quemadas debía ser porque sus artes mágicas eran eficaces. La sátira de Goya por el contrario, les niega esos poderes rebajando a las hechiceras al estatuto de personajes ridículos.
Más allá de la imagen de poder infernal transmitida por la Inquisición, la realidad de estas brujas era más próxima a la de unas mujeres excesivas y alcoholizadas, que sobrevivían practicando la alcahuetería y preparando filtros o encantamientos por encargo.
En el manuscrito de Goya que se guarda la Biblioteca Nacional, se comenta sobre este grabado: “La lascivia y la embriaguez en las mujeres traen tras de sí infinitos desórdenes y brujerías verdaderas”. El traslado de una bruja al aquelarre por seres demoníacos se asemeja por medio de su representación grotesca a la ensoñación disparatada de una borracha.